miércoles, mayo 31, 2006

Ordenanzas

Todos tememos las grandes tormentas, velas desgarradas, mástiles partidos, algún tripulante desaparecido, incontables daños dejando el buque malherido y muchas veces a la deriva. Pero casi milagrosamente todos a bordo parecen olvidar la tragedia, y de manera automática cada uno hace lo que se espera de él. De repente todas las rencillas se olvidan, otros buques aparecen para socorrerte y en poco tiempo el barco está de nuevo en condiciones de seguir navegando.
Pocas veces un barco se muere por eso.

Paseando por los muelles ves viejos barcos, decrépitos, con el esplendor perdido, esperando que el desguace acabe con su miseria.
Si esas cubiertas pudiesen hablar nos contarían que un día pasó algo, una nadería, nada digno de ser recordado. Nadie se molestó en tapar ese desconchón en la pintura para evitar que la madera del casco se pudriese por el agua. Poco después nadie se preocupó de remendar el estay que se estaba descosiendo. Al poco tiempo nadie se cuidó de pulir y fregar la cubierta, o de cambiar las maromas que empezaban a pudrirse, o de quitar el óxido de las juntas y tuercas, hasta acabar varado en el muelle, aguardando el final.

Es por eso que, como capitanes, debemos tener presentes las ordenanzas, para recordarnos que los finales "gloriosos" son los menos, y que son las pequeñas grietas las que acaban derrumbando las grandes catedrales.

jueves, mayo 25, 2006

Capitanes intrepidos

Estos días he conocido la historia de un muchacho que trabaja conmigo. Su trabajo tiene poco que ver con el mío, y mi relación con él se limita a las buenas maneras y a unos minutos al día para comentar la jugada, pero el otro día me contó su historia.
Para mi es el tío de seguridad, un chaval alto y flaco, de sonrisa fácil. Un saharaui que salió de Marruecos tras ver como metían a su hermano dos añitos en la carcel por motivos políticos.
El tema de las pateras siempre me ha puesto los pelos de punta, intento hacerme a la idea de qué tiene que pasarle a una persona para dejarlo todo y jugarse la vida por alejarse de su hogar. Hasta ahora eran solo personas de la tele, en la distancia, sin nombres y sin apellidos, y con una existencia tan efímera como precaria. A los pocos minutos sus rostros no existían ya en mi memoria. Pero ahora lo tengo delante, todos los días, contandome sus 28 horas de trayecto, su brujula rota y las tres veces que se perdieron en el Atlántico, su absoluta certeza de ir a morir en una barca, hasta el extremo de darle la comida a los delfines, porque ya no le iba a hacer falta.

Y teniendolo delante sigo haciendome las preguntas, porque se que hacerselas a él iba a hacer que mi imaginación se quedase en pañales sobre lo que de verdad pasa por esos andurriales.

Sin estridencias, sin montar numeritos, y sin colocar medallitas que nadie quiere, porque lo que se busca es otra cosa, solo me queda quitarme la gorra ante aquellos que de verdad se embarcan hacia lo desconocido, no por valentía o afán de protagonismo, si no por la mera necesidad de seguir viviendo.

jueves, mayo 18, 2006

El olor de la noche.

Cuando reflexiono sobre mi afición al mar descarto rápidamente las respuestas fáciles y románticas de los libros al uso. No es el sentimiento de libertad, ni el reto de superación o el ansia de conocer y descubrir nuevos lugares lo que me empujó a la vida marinera.
Fué la brisa. Brisa como la que sopla esta noche de primavera madura, brisa que nos trae los anuncios de un verano próximo, puede que demasiado.
Hay muchas cosas fascinantes en la vida, algunas nos traen honor, otras dinero, unas pocas conocimento, pero son los pequeños momentos, los que nos traen la paz, ese estado de alegría sosegada, sin estridencias, que tanto se parece a un destello de felicidad.
En este momento, sobre el castillo de popa, mientras la guardia toca la campanilla que indica el paso de las horas y los cuartos, la fragancia de la madreselva de alguna costa cercana invade la noche, haciendo que retirarme a descansar sea una tarea de titanes.

lunes, mayo 15, 2006

A la luz de las estrellas.

El mar sigue tranquilo. No es una navegación apacible, pero desde luego no es molesta, ni problematica. Con el tiempo uno se acostumbra a navegar sin cartas, siguiendo solamente las estrellas. No es que no sepa que es peligroso, pero es lo que hay, a veces vienen dadas, y no es culpa de nadie que se quemase el derrotero.
Asi que simplemente navego. Valiéndome de las estrellas que encuentro en las noches tranquilas, y siguiendo mi instinto o a la deriva cuando las nubes no dejan ver el cielo.
Últimamente, entre las nubes, en medio de los claros puedo vislumbrar algunas estrellas que siempre estan ahí, a veces brillantes, otras no tanto, pero dejando clara su presencia. Constelaciones con forma de ojos azules, ahora tristes y profundos, o esas otras que dibujan la forma del Cazador de cuervos, con su gorro de lana, o la pléyade difusa, de complejidad matemática e impuntual aparición. Todas ahí, de forma distinta, pero de la misma manera, dandole a este marino la tranquilidad de un puerto cercano.
Hay más, algunas se asemejan a los ojos de un niño, otras evocan las noches tranquilas de mi infancia, y algunas que hablan de antiguas amistades, serenas, reposadas, pero fuertes aun en la distancia. Pero las primeras han estado brillando últimamente con más intensidad, y es más fácil describirlas, agradecer que esten ahí, generosas, haciendo que gobernar esta nave, incluso sin cartas, sea algo menos pavoroso, más digno de ser vivido.

lunes, mayo 08, 2006

En puerto franco

Que mejor manera de comenzar esta singladura que desde un puerto franco, uno de esos donde reparar los desperfectos del barco, buscar provisiones, correo y algunas correrias por el puerto.

El de hoy ha sido una tarde de cervezas con un viejo amigo. Llevabamos bastante tiempo sin encontrarnos, y la cita era para un duelo, al final como siempre, hemos dirimido nuestras diferencias a cervezas, que por fortuna acaba siendo el arma elegida por ambos en todos nuestros asuntos de honor. A falta de un buen convento de carmelitas, y dado que la trasera de los Jeronimos no invitan a dejarse el alma por el honor herido, hemos cruzado nuestros vidrios en el "Jazz", en la esquina de las calles Santa Maria y Moratín (en Madrid), un bar pequeño y acogedor con buena música que suele tener un volumen que invita a la conversación.

Ha sido de esos encuentros balsamicos que ayudan a que el corazon se alivie de ciertos pesos y afrontes los largos días de mar con el alma más ligera, más luminosa.


Así que con el barco recien calafateado, velas nuevas y buen ánimo zarpamos de este puerto franco con la esperanza de que ni las galernas ni la mar picada tuerzan demasiado nuestro rumbo ni nuestro espiritu.
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