miércoles, febrero 04, 2009

El persistente olor de la miseria

Hace casi un mes que me sumergí en las aguas pantanosas para cortar las amarras y liberar la caña del timón de los sargazos que lo aprisionaban.
Con esfuerzo y sinsabores conseguí sacar el barco de la rada y conducirlo a mar abierto, a aguas totalmente desconocidas.
Desde entonces me he dedicado a poner leguas entre aquel pozo de pobredumbre y mi persona. A eso y a limpiar el buque.
Navego de nuevo, el barco se mueve, ahora más rápido y veloz, durante este tiempo de espera he aprovechado para ver cosas que había que pulir y en ello tengo a toda la tripulación.
Estoy contento, he salido del infierno, y aunque no estoy en los mares que me hacen sentir seguro, me siento cómodo en la nueva singladura. Sonrío de nuevo, es más, las carcajadas han vuelto a inundar mi camarote. Me se rodeado de gente que me hace sentir mejor persona. Y vuelvo a sentir que el mundo esta al alcance de mi mano.

Pero no consigo eliminar del todo un cierto tufillo a putrefacción, a algo muerto que ronda en el ambiente.
No puedo dejar de sentir que mientras yo he conseguido abandonar mi miseria personal, innumerables fantasmas siguen atrapados en sus pesadillas. Algunas parecidas a las mías, muchas de ellas infinitamente peores. Por mucho que nos empeñemos en no verlo, no puedo evitar percibir, a veces, sus transparentes siluetas en una esquina de mi visión. Arrastrando sus cadenas sin nadie que se detenga, si quiera, a considerar su existencia.

Sigo alegre, debo dar gracias por lo bien que me trata la vida, que lo hace, y mucho. Pero quiero dedicarle este pensamiento al anciano que ayer rebuscaba en la basura de la carnicería, haciendo colección de las cabezas de cordero que otros habían desechado. O al tullido que hoy, bajo la fría y fina lluvia, ofrecía sus pañuelos a las ventanillas clausuradas de los conductores. A ellos y a todos a los que la vida les ha dado una patada en los huevos y ha condenado al olvido, la desesperación y la transparencia.
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