Ars longa...
El
barco ha quedado amarrado en Heraklion para hacerle unas reparaciones y
avituallarlo.
Desde
lo alto de la colina contemplo las ruinas del palacio, y no puedo dejar de
maravillarme. He pasado las horas recorriendo pasillos y estancias, y en cada
uno de ellos escucho ecos de risas y susurros de lo que fue en otro tiempo, y
me cuesta muy poco dejar que mi mente vuele atrás en el tiempo, y contemple el
esplendor de antaño.
Pero
con la fascinación por el entorno se mezcla la historia de cientos de personas
que habitaron estas paredes. Personas con nombre y rostro, con sueños y miedos,
personas que amaron, codiciaron, sufrieron y rieron. Que gimieron de placer y
sintieron escalofríos. Personas que soñaron ser importantes, que decidieron el
destino de muchos, que con su voluntad conformaron a realidad de otros. Y todos
ellos, invariablemente, hace siglos que dejaron de existir. Sus miedos, sueños,
anhelos, ansias de poder, sus orgasmos o llantos se han diluido en el tiempo
como el eco de su nombre en boca de sus cercanos.
Con la
certeza de que ese es el único destino para todos, me aferro al calor que me da
el sol, dejo que el viento arrastre miedos y apegos y me recuerdo que cada
instante es un regalo y que mi único desvelo debería ser elegir cuidadosamente
donde gasto mi tesoro.
No me
quejo, de momento mi inversión está mereciendo la pena, pero cada vez soy más
consciente de lo peligroso que puede ser despistarse y dejar que el tiempo se
escurra entre los dedos en las batallas equivocadas.
… vita brevis.