Mirando alto
No
puedo negarlo, me encanta el sol y la brisa, el sabor de la sal en la boca, la
espuma de las olas en la cara y el temblar de las velas en la tormenta. Me
encanta el mar, y surcarlo en mi navío.
Pero no
puedo negarlo, soy de donde soy, y a veces añoro el verde los valles, el gris
de las nubes, el rocío en cada brizna de hierba, el frío de la roca y el olor
de la siega.
Y a
veces me libraría de mi uniforme por volver a calzarme las botas, dejaría a un
lado mi sable para cargar con los crampones y el piolet, cambiaría el
astrolabio y el sextante por mi brújula y mi mochila. Y subiría, subiría donde
todo se hace pequeño, donde el aire duele en los pulmones, donde estas más
cerca de los se marcharon, donde el frío te tensa la piel y la ventisca cuaja en tu barba.
Pero no
hay prisa, mis montañas siguen ahí, esperándome, aguardando que vuelva a abrir
sus caminos. Es el derecho del aventurero, haberse ganado la llave de rutas tan
distintas.
No es
lo mismo, me sigue faltando el aroma del brezo, pero no negaré que el de un
buen espeto no sea un buen bálsamo.