En recuerdo de Ahab
Desde
el ventanal del camarote contemplo el cielo plomizo con la mirada perdida. Soy
levemente consciente de la tonada que canturrea en cubierta algún marinero, del
suave balanceo del barco, del olor del mar, y de que mis ideas se han enredado
alrededor del mismo tema, girando y enmarañándose, y volviendo a tratar de
escapar, para acabar en el mismo lugar.
Hay
momentos en los que te descubres persiguiendo a una ballena blanca con
demasiado ahínco y pasión, aun a sabiendas de que ese trabajo solo te llevará a
la desgracia. Y aunque des la orden de virar y recoger trapo, sacarse esa
obsesión de la cabeza es un esfuerzo de titanes.
La
orden está dada, y cada milla me aleja más, a aguas más tranquilas, donde la suave
brisa me permita dejarme sorprender por nuevas empresas. Pero aunque cabeza y
corazón me recuerdan que es lo correcto, queda un extraño sabor acre en la
boca, mezcla de derrota y pena. Es lo que tiene poner pasión en lo que
haces y en lo que eres, cuando toca
recoger el campo, siempre queda alguna marca.
Apuro
el café y me apresto a salir al puente, no creo que la sensación desaparezca
instantáneamente, pero tampoco me hará daño otear el horizonte, y con suerte descubrir
un nuevo motivo al que ponerle pasión.
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