miércoles, abril 29, 2015

Mirando alto

No puedo negarlo, me encanta el sol y la brisa, el sabor de la sal en la boca, la espuma de las olas en la cara y el temblar de las velas en la tormenta. Me encanta el mar, y surcarlo en mi navío.

Pero no puedo negarlo, soy de donde soy, y a veces añoro el verde los valles, el gris de las nubes, el rocío en cada brizna de hierba, el frío de la roca y el olor de la siega.

Y a veces me libraría de mi uniforme por volver a calzarme las botas, dejaría a un lado mi sable para cargar con los crampones y el piolet, cambiaría el astrolabio y el sextante por mi brújula y mi mochila. Y subiría, subiría donde todo se hace pequeño, donde el aire duele en los pulmones, donde estas más cerca de los se marcharon, donde el frío te tensa la piel  y la ventisca cuaja en tu barba.

Pero no hay prisa, mis montañas siguen ahí, esperándome, aguardando que vuelva a abrir sus caminos. Es el derecho del aventurero, haberse ganado la llave de rutas tan distintas.


No es lo mismo, me sigue faltando el aroma del brezo, pero no negaré que el de un buen espeto no sea un buen bálsamo.


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