martes, septiembre 11, 2007

Lanbroa

Sopla del este, y lo suyo sería largarlo todo y poner rumbo al atardecer, es lo que me pide el cuerpo y el corazón. Pero toca ir al norte.

Lo digo casi como si fuese un castigo. Vuelvo a casa, pero no me apetece.
Es final de verano, el viejo Reyno debe estar precioso. Los primeros ocres en la hojas de las hayas, los largos atardeceres de luz dorada y ese sol inmenso.

Y sin embargo no lo deseo, no me sale de dentro. Puede que tantos años en el mar hayan hecho que las raices, al quedarse sin sustrato, se desarraigasen demasiado. Puede también que volver al lugar donde uno tiene sus más hermosos recuerdos para encontrar sonrisas forzadas y alegrías marchitas inviten más bien nada a buscar sueños perdidos.

Pero aún quedan los enanos, llenando de magia los huecos oscuros que han ido apareciendo.

Al norte pues, habrá que buscar duendes detrás de cada tronco, porque ahí siguen, esperando.
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